«Yo ahora sólo veo Intereconomía TV». «Ya, te entiendo, por higiene mental, me imagino…». Entreoí en una conversación de dos personas inteligentes la noche de ayer mismo.
«El problema de la mente es que su poder (la capacidad de hilvanar una realidad coherente a partir de la confusión explosiva, mareante, poliédrica, en la que vivimos) es también su rémora. La mente no es que solamente pueda crear un sentido de la realidad, es que es su obligación hacerlo. Cuando no puede mantener un sentido confortable de un mundo coherente, la mente (y la persona) entra en un estado de agitación y perplejidad. Y es aquí donde la mente se mete en problemas, sometiéndose a creencias irracionales, explicaciones no plausibles y soluciones ilógicas.
Pero, ¿por qué este estado psicológico de perplejidad es tan intolerable como para echar por la borda la razón, el juicio y el sentido común? (…)
La perplejidad es la profunda oscuridad de la mente. Es el resultado emocional de no ser capaz de distinguir con confianza lo que es real de lo que no lo es. En un estado de perplejidad, el mundo es temiblemente caótico, sin racionalidad, predictabilidad o seguridad. Cuando la mente está perpleja, para combatir su desintegración, comienza a fabricar, recomponer, editar, borrar y selectivamente atender a la realidad del modo que sea para recuperar un sentido de la realidad que le convenza como «verdadero». A menudo, eso sí, lo hace de un modo bastante problemático y poco intuitivo. La realidad que nos hilvanamos al final no tiene por qué sear una realidad «correcta»; nos es suficiente con una realidad que nos lo parezca y nos elimine la perplejidad.
La perplejidad es difícil de tolerar en sí misma, pero lo es especialmente si nos surge en áreas de inseguridad tales como la comprensión de acontecimientos importantes en nuestro mundo, en nuestro sentido de autovaloración, en nuestra sexualidad o en la seguridad personal.
Cuando el sentido coherente de la realidad de la mente se siente amenazado, la mente tomará decisiones extraordinarias para preservarlo, incluso si ello va contra la lógica, la moralidad personal o el sentido común. A menudo la mente «regresa» a un estado en el que se siente menos perpleja, aun funcionando con menor eficacia en tanto que mente.
En la regresión psicológica, la mente, sin proponérselo, regresa a niveles de desarrollo previos, que le exigen menos. Cuando el pensamiento de uno es más concreto, como el de un niño, es más probable que sea gobernado por la supersitición que por la lógica, y es menos probable que sea analíticamente sólida. La gente se hace, literalemente, más simple en su estructuración mental. (…).
Cuando la gente «regresa» de este modo, también se hace más dependiente de otros para el ejercicio del juicio, para una interpretación de los acontecimientos externos, y para un código moral. Los que encienden la luz están más que dispuestos a llenar este vacío y cubren esa necesidad. Los encendedores eficaces se preocupan de las necesidades emocionales de la gente que se encuentra en esta situación presentándoles mensajes que les hacen sentir mejor temporalmente, aunque a la larga lo hagan en el propio interés de estos iluminadores, y no en el de las víctimas.
La gente prisionera de la duda acerca de qué es real y qué no, busca sobretodo dos cosas: seguridad y simplicidad. La lógica y el análisis son funciones mentales de mucho más alto nivel y suponen un esfuerzo excesivo para una mente perpleja. Así, escuchar a George W. Bush era mucho más simple que escuchar a Al Gore o John Kerry. Escuchar la poderosa certeza simplista del gurú radiofónico Bill O’Reilly proporciona a una mente desbordada y confusa mucha más seguridad y apoyo que un análisis de noticias desapasionado. Además, la experiencia emocional que proporciona O’Reilly, la ira y el disgusto, proporciona pseudoclaridad para una mente perpleja y tiende a justificar el sentimiento de la gente de que siempre hay alguien a quien culpar de sus problemas: los progres, los demócratas, los pobres o los franceses…». Dr. Bryant Welch, State of Confusion. Political Manipulation and the Assault on the American Mind, Nueva York, 2008, 21-23. Traducción mía.